Entrevista publicada en Diario EL TELÉGRAFO el 14 de Febrero 2018.
Patriotas y amantes, la última publicación del escritor ecuatoriano Raúl Vallejo, fue presentada en la pasada edición de la Feria del Libro de Quito, en noviembre de 2017.
En este ensayo histórico, que es en realidad su tesis de doctorado, el actual director de la carrera de Literatura de la Universidad de las Artes intenta escapar del lenguaje académico, cuya huella queda reducida, prácticamente, a las notas al pie que explican aquello que no ha entrado en la narración principal.
La intención de Vallejo con este estudio fue ahondar en la faceta humana de personajes cuyas historias aprendemos a lo largo del sistema educativo: Simón Bolívar y Manuela Sáenz; José Joaquín de Olmedo, Juan León Mera y Jorge Isaacs.
Aunque el hilo que parece atravesar todo el libro es la vida personal de estos personajes históricos, a través sobre todo de correspondencia, Vallejo explica que otro es el papel de la palabra en la vida de estos intelectuales.
El libro se divide en 6 partes: la introducción, las historias correspondientes a cada personaje y una etapa de conclusiones con narraciones sobre gente de alguna forma relacionada. La introducción refuta un texto en el que Guillermo Cabrera Infante, el autor de Tres tristes tigres, señala como “su gesto literario más poético” a la muerte de José Martí en el campo de batalla.
Martí pudo elegir no ir a la batalla. ¿Por qué lo hizo?
Martí tenía la presión por demostrar que él podía pensar en la libertad de Cuba y luchar por ella. Nadie estaba de acuerdo, Martí no era un guerrero, sino un intelectual, el presidente de la República en armas.
Por eso tengo que confrontar una teoría que me parece irresponsable de Cabrera Infante, que dice que ese fue el “gesto literario más poético” de Martí, como si fuera una performance para consumar su obra literaria. Martí no estaba pensando en su obra literaria, estaba pensando en Cuba, en la libertad cubana en 1895.
Sus últimas publicaciones van por la línea de la investigación histórica. Es el caso de El perpetuo exiliado, y ahora de Patriotas y amantes. ¿Qué le dan los documentos a la narración?
Patriotas y amantes es un trabajo de ensayo que requiere una documentación básica. Es mi tesis doctoral, pero la hice como un libro… Lo que he querido no es un ensayo académico, con la estructura de un trabajo académico, con lenguaje académico, para lectura de académicos, sino una narración de la historia con mucha rigurosidad documental, pero pensada para un lector de historias.
¿Y El perpetuo exiliado?
Aunque no es una novela histórica en el sentido estricto del género, sí trabaja mucho lo histórico, así que también requiere muchísima documentación, para poder generar los elementos literarios de la novela, los diarios, las cartas, las memorias… para crear documentos basados en investigación histórica, pero que son de ficción.
¿Había trabajado así antes?
Cuando escribí El alma en los labios, una novela sobre Medardo Ángel Silva, estuve en el archivo de EL TELÉGRAFO, viendo todo el trabajo que había firmado como Jean d’Agreve. Leí todas sus crónicas. De hecho tengo un trabajo sobre las crónicas de Medardo Ángel Silva, que es uno de los estudios que sale en las obras completas de Medardo publicadas por el Municipio de Guayaquil. A veces hay trabajos teóricos que me llevan a un trabajo de ficción. Toda la investigación teórica me llevó a escribir la novela El alma en los labios, que fue como un ensayo de lo que sería El perpetuo exiliado.
En la introducción, critica la verosimilitud de la frase que Cabrera Infante le atribuye a un enemigo de Martí: “¿Usted por aquí?”, pues la considera como algo que se diría en un paseo por el campo. Pero más adelante, cuenta que Bolívar y Manuela están peleados, y que él le comenta a un oficial: “Yo siempre tan pendejo, ¿vio usted?”…
Pero esa está documentada en el diario de un cronista que trabaja de cerca con Bolívar. Lo que digo es que cuando uno construye diálogos, debe construirlos con base en una documentación, o decir que esto pudo haber pasado. Hay que sostener la veracidad o la verosimilitud del diálogo.
¿Qué tienen en común estos personajes, fuera de su papel en la política?
Eran personas que trabajaban con la palabra. Si uno ve, por ejemplo, la cantidad de documentos de Bolívar, las cartas que dictaba, los manifiestos… era un intelectual en un sentido amplio del término.
Bolívar tiene una formación neoclásica, pero con un espíritu romántico, obviamente, de la libertad, de la creación, pero si uno alcanza a ver los 30 tomos de la obra de Bolívar, se da cuenta de que está ante una persona que cree mucho en el papel de la palabra.
Bolívar era alumno de Simón Rodríguez, el gran pensador latinoamericano que cree absolutamente en el poder de la palabra y la necesidad de la educación. Es la palabra lo que lo define. Lo mismo Olmedo, y no se diga de Mera como de Isaacs.
Claro, los tres reconocidos como políticos que tenían tiempo, además, para ser poetas o escritores…
La parte de Olmedo muestra a un político que se queja de que la política le consume el tiempo para la literatura.
¿Y en la de Juan León Mera?
Se trata de reivindicar una figura que en el siglo XX sufrió mucho por su relación política con García Moreno, pero Mera es, en resumen, el paradigma del intelectual latinoamericano del siglo XIX: él escribe la primera novela, con intención de ser novela, pues La emancipada es un relato; es el fundador de la Academia de la Lengua, el primero que recopila trabajos de la literatura popular en lengua kichwa y los traduce, lo que Paulo de Carvalho Neto, en su Diccionario del Folklore Ecuatoriano, señala como el primer estudio de antropología cultural.
Es un antecedente de la corriente de vanguardia…
Mera es el precursor del indigenismo, con un cuento llamado ‘Historieta’; es el primero que hace un trabajo académico, sistemático, sobre la crítica de la poesía ecuatoriana, o sea, funda el canon, y tiene la audacia de decir que el primer poema es un poema kichwa llamado ‘Atahualpa huañui’.
Y hace una selección de la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, y un estudio muy elogioso, con todas las limitaciones que puede tener un intelectual conservador del siglo XIX sobre una monja.
Y lo recordamos como el autor del himno nacional…
… Y además, por si fuera poco, es el autor de la letra del himno nacional.
En una entevista publicada en Cartón Piedra en 2015, el escritor colombiano William Ospina dijo que el gran drama colombiano es que no hubo un período liberal entre el dominio conservador y el surgimiento de la guerrilla. Ese es también un problema para otro de los personajes de su libro, Jorge Isaacs, el autor de María.
Sí. En la vida de Isaacs, el gran drama es que nunca hubo una liberalización de la economía como tal. Los conservadores ganan la guerra, y la constitución liberal de Río Negro de 1863 se ve anulada por la constitución conservadora de 1886, que declara al Estado subsidiario de la Iglesia católica, y que dura más de cien años. Isaacs, que además de ser un escritor exitoso era un liberal radical, sufre el triunfo de los conservadores porque es desterrado del poder político. Pero en todo caso, lo que he querido siempre en el libro es mostrar una entrada distinta.
Como la amistad entre Isaacs y José Asunción Silva…
Uno encuentra que hay en efecto un proceso de humanización… Porque cuando hablas del “escritor Jorge Isaacs, autor de María”, queda tal vez como alguien que no ha tenido cotidianeidad y no es cierto. No somos la máscara del escritor únicamente. Isaacs era mayor, pero frecuentaba la casa de José Asunción Silva, y se conmueve mucho con la muerte de su hermana, Elvira Silva, una joven de 21 años. Él los quería mucho a ellos, como a hijos. Son cosas que no necesariamente se saben. Uno las conoce después de un proceso de lectura y de investigación.