Entrevistado por Daniela Silva del Pozo Leví
Revista Caras, marzo de 2008
Un hombre sencillo, mesurado, que se tomó con calma cada una de las preguntas y pensó intensamente sus respuestas. Consultó con sus recuerdos y con sus sentimientos y, en exclusiva, mostró a Caras toda la crudeza del autor, la generosidad del maestro y la dulzura del hombre.
El ministro de Educación nos recibió en su despacho. Bromeamos y hablamos sobre su afición por el Barcelona S.C. mientras se le tomaban las fotos. Cuando la sesión terminó, disfrutamos de un tradicional almuerzo ministerial: yogurt, plato de frutas y una barra de granola, mientras conversamos de política y de cómo está el mundo. Luego de algunos minutos yo encendí mi grabadora y Raúl Vallejo, el hombre, abrió su corazón.
La pasión de Raúl por la docencia se presentó muy temprano. En febrero de 1977, recién graduado, ya daba clases de filosofía e historia en el colegio Don Bosco de la Tola Alta en Quito. Ha ocupado varios cargos públicos, fue Director de la Campaña de Alfabetización Monseñor Leonidas Proaño y tres veces ministro de Educación. Su propuesta para elevar los temas educativos a política de estado fue respaldada en un referéndum por más del 80 por ciento de los ecuatorianos. El Plan Decenal de Educación que defiende busca que todos los niños tengan iguales oportunidades de estudiar. Como un merecido reconocimiento a su gestión y un importante aval a sus proyectos, la Oficina Internacional de Educación de la UNESCO en Ginebra lo nombró como su presidente por los próximos dos años.
Raúl, cuéntenos sobre su infancia.
Mi infancia fue feliz, a pesar de que mi padre nos dejó definitivamente cuando yo tenía tres o cuatro años aunque ya sea había ido del hogar antes de que yo naciera. Mi madre y mis hermanos mayores supieron llevar la casa. Dado el abandono paterno vivíamos en casa de una hermana de mi mamá y con mis primos hicimos una familia donde siempre hubo mucho afecto.
¿Algún recuerdo especial?
La Nochebuena paseábamos por la 9 de Octubre para ver las vitrinas y hacer tiempo hasta ir a la misa de Gallo y después recibir los regalos. Cuando tenía cinco años, estaba en el Parque Centenario con mis primos y ellos, por jugarme una broma, se escondieron. Yo me quedé solo llorando frente a la Columna de los Próceres. Una señora se acercó y me preguntó mi dirección y me llevó a mi casa. Después de un par de horas llegaron mi mamá y mi tía desconsoladas con mis primos aterrados, final feliz. Nunca más le di un susto a mi mamá.
¿Cómo era de niño?
Chiquito, flaquito, de lentes. Soñaba con ser escritor. Me regalaron una máquina de escribir de juguete y yo hacía unos periódicos pequeñitos a mano, cuya edición se agotaba entre todos mis primos. Era muy ordenado, siempre jugaba con mis vecinos en mi casa del Barrio Orellana y no los dejaba ir si no ponían todo en su sitio.
¿Cuándo nació su amor por las letras?
En 1971 mi hermano Jacinto me regaló una máquina de escribir de verdad y una colección Ariel de literatura ecuatoriana. Yo me creía en la obligación de leer uno cada semana. Entonces comencé a escribir novelas que generalmente eran como imitación. Me acuerdo haber leído Don Goyo, de Demetrio Aguilera Malta, y haber escrito inmediatamente Zacarías, que era una novelita campesina. En eso se pasó mi infancia.
¿Y su adolescencia?
Para mí, uno de los lugares más lindos fue el colegio. Allí hacía de todo: atletismo, obviamente era del club de periodismo, del coro, del grupo de teatro, era boy scout y pertenecía a los grupos de formación espiritual que dirigía Gustavo Noboa. Fue un tiempo hermoso y de gran aprendizaje.
¿Es cierto que quería ser sacerdote?
Fui a Quito cuando me gradué para estudiar teología. Pero algunos guías espirituales me hicieron reflexionar. Ellos veían en mí a una persona con un espíritu muy libre y con poca capacidad de renunciamiento a la vida terrenal.
De letras y amores
Raúl nació en Manta en 1959. Se licenció en Letras en la Universidad Católica de Guayaquil. Obtuvo su maestría en Artes en la University of Maryland, College Park, con una beca Fullbright-Laspau. Ha abordado la narrativa, la poesía y el ensayo. Novela: Acoso textual y Alma en los labios. Cuento: Cuento a cuento, Daguerrotipo, Máscaras para un concierto, Solo de palabras, Fiesta de solitarios y Huellas de amor eterno. Poesía: Cánticos para Oriana, Crónica del mestizo y Missa solemnis. Ganador de los Premios “70 Años del Diario El Universo”, “Joaquín Gallegos Lara” y la VI Bienal de Poesía Ciudad de Cuenca. Ha sido descrito como un autor directo, profundo y sin prejuicios.
¿En qué momento llegó el amor a la vida de Raúl Vallejo?
Pienso que desde muy jovencito. Debe ser parte de la espiritualidad del artista, creo que eso hizo que yo entendiera desde adolescente que el amor es una suerte de entrega y que el Topo Gigio tenía razón cuando cantaba “no tengo edad para amarte”.
¿O sea que se enamoró por primera vez muy joven?
De una persona mayor, como era de esperarse.
¿Y desde allí como ha sido el amor en su vida?
(Suspira) Creo que el amor hay que vivirlo como si se fuera a acabar mañana y sentirlo profundamente como si viniera de miles de años atrás y se prolongara hasta la eternidad.
¿Es romántico?
Sí, absolutamente. La relación de la pareja hay que alimentarla todos los días. Puede que eso suene común, pero significa que no todos los días brilla el sol, aunque detrás de las nubes el sol siempre está. Hay que entender que en el amor hay un proyecto de vida, y hay que aprender a escuchar, a respetar, pero sobre todo a enamorar. En ese proceso se construye una relación rica, profunda y libre. Esa es la que tengo con mi esposa Alina, con quien cumplí 22 años de matrimonio el 14 de febrero.
Cuénteme de sus hijos
Daniela va a cumplir 28 años. Estudió teatro en el Instituto Nacional de Arte de La Habana. Ella es como una danza apasionada buscando el mundo. Sebastián tiene 23, le gusta escribir, toca el saxofón. Acaba de cambiar tres años de estudios de ingeniería robótica en Israel, para seguir Ciencias Políticas… lo que se hereda no se hurta.
¿Cuál es la fuente de su inspiración?
Mis vacaciones cuando niño las pasaba junto al mar. La playa es un lugar de mucho descanso, pero también de mucha ensoñación, donde puedo dejar volar los sueños, las ideas y muchos proyectos generalmente artísticos. Por eso me siento con la computadora frente al mar.
¿Cómo llega la inspiración?
Muchas veces cuando yo leo los textos ya publicados, me pregunto de dónde salió todo eso, cómo fue que yo lo escribí. Augusto Monterroso tenía una historia en la que una cucarachita le pregunta a un ciempiés cómo pone 50 pies de un lado y 50 pies del otro para caminar. Al tratar de explicarle el ciempiés ya no pudo caminar. Es exactamente eso, un proceso que no puedo conceptualizar.
¿Cómo es cuando escribe?
Cuando escribo estoy sacando todo mi espíritu y eso me genera mucho desgaste. En situaciones muy complejas, asumo el dolor del personaje, su pasión, su frustración o su alegría y me quedo en un estado de mucha sensibilidad después de una larga jornada de escritura. Es un proceso muy duro, que implica el momento en que me preparo, el tiempo que dura la escritura y el tiempo que me toma desconectarme de lo escrito para volver a la realidad y no quedarme en el mundo de la ficción.
¿Tienen relación la realidad y la ficción en términos de sentimientos?
En general en lo que yo construyo soy mentirosamente autobiográfico, pongo mis sentimientos y mis situaciones en el contexto de los personajes. Siento que El alma en los labios, mi novela basada en la vida de Medardo Ángel Silva, es la más autobiográfica. No tiene nada que ver con mi vida, pero sí con muchas de las cosas que siento sobre el arte, la literatura y la vida misma, que están expresadas en los personajes.
¿Qué persigue con sus obras?
Cuando escribo quiero decirle algo a alguien, que haga que ese alguien no sea el mismo después de leerlo. Tal vez es muy pretencioso, pero busco que mi lector se confronte a sí mismo después de la lectura. Por eso suelo trabajar sobre temas cargados de conflicto, con finales abiertos que no siempre son felices.
¿Cómo llega a sus finales?
Cuando termino un libro siento que me he vaciado y me cuesta mucho desprenderme de él. Lo reviso y lo veo con ese dolor de dejarlo ir. Pues una vez que está publicado adquiere su vida propia y se sitúa en otro terreno. Entonces me pregunto: ¿qué tiene que ver esto conmigo?
No ve televisión, ni siquiera las noticias. Recuerda un personaje de su novela Acoso textual que dice: “El peor segmento es el de las noticias porque se creen el lado serio, pero cómo va a ser serio un segmento en el que te venden la idea de que solo las malas noticias son noticias”. La música es parte fundamental en su vida, sus favoritos son los Beatles y en español escucha todo, desde Leonardo Favio hasta Juanes, pasando por tangos y vallenatos. Adora la música clásica, especialmente prebarroca y cuando escribe escucha cánticos gregorianos o música sacra y del pleno barroco. Le gusta bailar salsa, aunque dice tener dos pies izquierdos. Canta y disfruta del karaoke. Su canción preferida es El breve espacio en que tú no estás, y las clásicas del recuerdo. Cuando hay reuniones en su casa, se apodera del bar y prepara los cócteles, practicando allí también su vocación de servir. Así es Cesar Raúl Enrique Vallejo.
En detalle
Un libro: El Quijote
Una inspiración: El mar
Un color: Naranja
Un sabor: Amargo
Un animal: Gato
Una película: Casablanca
Una canción: Blackbird
Un amor: Morena mía
Un sueño: Una sonrisa de paz en los niños de la guerra
Una frase: Una de Baden Powell, fundador del Movimiento Scout: “Dejar el mundo en mejores condiciones de como lo hemos encontrado”