Entrevistado por Nadesha Montalvo
Revista Cosas, Julio – Agosto, 2002
“Es una tragedia que en los dos momento más importantes de nuestra vida estemos solos: en la vida y en la muerte. Es trágico, es ineludible que la condición de solitarios sea una condición del ser humano como tal, porque el proceso de interiorización y de encontrarse consigo mismo es un proceso solitario. Entonces, todo lo que hace el ser humano es para vencer el destino trágico de su soledad: hace fiestas, se reúne con amigos, ve televisión… pero la fiesta termina, el programa acaba, el más largo de todos los festivales concluye; y después de concluido solamente queda volver a sí mismo y ahí enfrentarnos a esa soledad. Es una tragedia el que nuestra vida no sea sino un camino hacia la muerte.”
¿Y Dios? “Ah, bueno, si uno cree en Dios, esa soledad siempre tendrá una posibilidad de plenitud; pero aún en la comunión con Dios estamos solos.”
Raúl Vallejo acaricia las palabras al hacer esta reflexión lentamente, como quien vuelve al resultado de una antigua cavilación. El escritor, maestro y editorialista se ve abocado a disolver con cierta prisa la celebración de su cumpleaños 43 para conversar con Cosas. Es una tarde soleada de viernes. Y en ese clima de recreo a punto de empezar y en su oficina de la rectoría del Colegio Alberto Einstein, de Quito, el autor aclara, “pero eso no quiere decir que yo en lo personal sea una persona triste, ni que no me guste verme con mis amigos. Nada de eso… pero tampoco es que no tenga conciencia de este asunto.”
Vallejo se confiesa un no televidente, y asegura que el haber renunciado a la pantalla chica le da el tiempo que necesita para leer y escribir. ¿Qué si está trabajando en un proyecto actualmente? “Sí, claro. Siempre estoy. Ahora estoy terminando un proyecto que —si no hay muchas catástrofes— estará para salir a fines de esta año. Es una novela corta… vamos a ver.” El tema, el escritor se lo reserva, como una cábala que lo compele a guardar silencio sobre lo que se cuece en su imaginación. Conversamos entonces de Huellas de amor eterno, su último libro de cuentos, ganador del premio nacional de literatura Aurelio Espinosa Pólit. Y, sin embargo, en medio del diálogo y con respecto a su nuevo proyecto, al autor se le escapa la palabra amor.
¿Cree que hay temas que los escritores no puede eludir?
Hay mucha discusión sobre ese asunto. Yo siento como que hay temas que a uno le van rondando, como que van rondando en la vida de uno y llega un momento en que uno necesita enfrentarse a ellos. El tema es como una obsesión. Y llega un momento en que uno necesita quitarse de encima esa obsesión y escribirla. Me acuerdo de “los viudos”. Era un cuento que yo quería escribir desde que estaba en al universidad hace 20 años. Pero no podía. Fue como darle vueltas a esa idea de la búsqueda del amor imposible que es un tema más bien constante en la literatura, pero quería darle otro tratamiento. Es decir, quería hablar de cómo los hombres suelen no buscar una mujer, sino inventarse una imagen de mujer y terminan por enamorarse de esa imagen que han inventado y no de la mujer real. Yo creo que le pasa a todos los hombres.
¿Hay otros temas con los que ha vivido este acoso?
Sí. Los recuerdos de la infancia, por ejemplo, pero no recuerdos personales, sino más bien como imágenes. Son recuerdo de la infancia como una etapa de vida. Ese miedo de joven adolescente a su primera experiencia sexual, particularmente en los varones , en el sentido de que la sociedad los impele y los empuja a mostrarse. Y era eso lo que quería recalcar (Vallejo nos habla del cuento “Hombre azorado, con palabras a punto de llanto”). Y además todo este recuerdo de una formación machista de los padres.
¿Pensaría que los adolescentes ahora tienen esas mismas experiencias difíciles con su iniciación sexual?
No, pienso que los adolescentes tienen una relación un poco más natural y libre con el sexo. Su búsqueda de experiencias sexuales tiene menos aparato represivo de por medio. Pero siempre me parece que el descubrimiento de la sensualidad va a ser problemático, porque es una situación de definición humana. Dos cuerpos que se encuentran por primera vez tendrán siempre ansiedad en ese encuentro, porque más que la mecánica del encuentro requieren la compenetración de sus espíritus. Tal vez eso es lo que está ahí.
¿Es la primera vez que se explora una relación homosexual como en el cuento, “Astrología para debutantes”?
En esos términos sí. En un libro anterior Fiesta de solitarios, también toco el tema pero desde otra perspectiva. Allí hay un personaje que se asombra de que le haya atraído una mujer que luego resulta que no es. Acá he querido más bien explorar la relación directa, sin ninguna máscara de por medio (máscaras siempre habrá en cualquier tipo de relaciones, pero quería enfocar la relación directa homosexual). Además me interesa explorar un tipo de relación poco tratada en la literatura ecuatoriana y plantear algo que para mí es importante, la problemática del amor, de la soledad, de pretener la felicidad para toda la vida. Es como que el amor se vive con intensidad, y si valió la pena, será una huella eterna aunque ya no esté. Es lo que le pasa en todos esos cuentos, el amor queda, permanece. En todo caso era un tema que me interesaba por su ausencia en la literatura nacional. Y además porque permite trabajar mucho de lo que significa la condición humana en una situación extrema. Y creo que era importante desmitificar este tipo de relación porque es asumida con mucho prejuicio en general. Creo que la literatura es ese sentido como que tiende a decirle al lector, bueno hay algo muy humano aquí. no es una caricatura.
¿Y has cavilado por qué la homosexualidad está ausente en al literatura nacional?
Tal vez por el prejuicio. Hay un texto importante y clave que es “Angelote, amor mío”, de Javier Vásconez. Y hay el famoso “Un hombre muerto a puntapiés” que revela todo ese prejuicio. En eso Palacio también es un adelantado porque logra tratar un tema que iba a causar escozor. Si hoy es polémico, en 1928 debió haber sido tremendo. Pero tal vez nuestro mundo intelectual es un poco pacato para asumir determinados temas. Incluso la cuestión religiosa es algo poco tratado, quizá por esa tradición intelectual ecuatoriana laica y liberal.
Frente a este libro y otros cuentos como “La broma”, uno encuentra una exploración de la parte sórdida del ser humano.
Yo creo que la literatura que hago sí explora ese lado oculto del ser humano. Como ese lado que uno no quiere ver. No me gusta ser muy complaciente. Creo que lo que quiero es conmover a un lector, entonces eso hace que al entrar en esta parte sórdida, oscura, oculta del ser humano, el resultado siempre tienda a ser una suerte de caída irremediable. Lo contrario sería trabajar en función de la efervescencia de la felicidad y ésta, por lo mismo que es efervescencia, pasa y después no queda nada. Creo que los seres humanos en ese sentido somos fundamentalmente trágicos.
Entonces la parte luminosa del ser humano, ¿es una tanto aburrida?
No. yo considero que el cuento “Hombre azorado, con palabras a punto de llanto” es de toda una parte luminosa; ambos lados se combinan.
En cuanto al cuento de amor homosexual, ¿tuvo algún eco entre los grupos de derechos sexuales del país?
Bueno yo tengo una posición pública con respecto al tema homosexual. En 1997, en mi columna de la revista La Otra, escribí un artículo que se llamaba “Los prejuicios detrás del 516”, es decir contra el artículo del Código Penal que señalaba que la práctica de la homosexualidad tenía una pena de prisión de cuatro a ocho años. Y yo creo que este tipo de texto es mucho más efectivo que un cuento, pero mucho más… de largo.
¿Volvería a la política?
Creo que la política es un ejercicio ciudadano, y nunca he salido de la política en el sentido que yo la entiendo. Yo tengo una columna de opinión sobre temas políticos y eso es estar en el ejercicio político (semanas atrás, Vallejo obtuvo el premio “Símbolos de Libertad” por el artículo de opinión “El regreso del padrino”, publicado en El Comercio). Si regresaría a la función pública… si siento que hay las condiciones, sí. Creo que no debemos denigrar a la política. Me parce un problema para el país que los jóvenes sean tan descreídos de la política. No por culpa de ellos, pero cuando nosotros vemos todos los escándalos que hay uno entiende que un joven diga “yo no quiero meterme en eso”. Entonces si los que dicen que pueden cambiar la política no se meten en ella, dan espacio para aquellos que quieren seguir teniendo las mismas prácticas políticas amorales. Creo que es importantísimo —desde esta perspectiva— que uno pueda asumir la política como un deber ciudadano. Ahora, particularmente no es la política electoral, ni los cargos de representación popular los que me atraigan en sí mismo. Mi vocación es una vocación más bien personal que es la de al escritura, pero creo que no rehuiría lo otro y considero además que en ciertas ocasiones es un deber ético ejercer ese derecho.
En cuenta a la relación entre los intelectuales y la cosa pública, hay muchas críticas porque la intelectualidad nacional, particularmente los escritores, no se han constituido como un frente de opinión.
Yo creo que esa atomización deviene porque muchos escritores y artistas han renunciado a su función intelectual. La diferencio: yo soy un escritor, pero ejerzo mi función intelectual en el momento en el que ejerzo una opinión sobre las cosas que ya no tienen que ver con mi oficio. En los últimos años, al haber mucha gente capaz que ha renunciado a su condición de intelectual, el pensamiento intelectual ha sido reemplazado en muchos casos por el pensamiento tecnocrático, que no es lo mismo. Si alguien dice, ¿por qué un poeta va a hablar de la economía del país?, pues de la economía tiene que hablar los economistas, se reduce el asunto a una cuestión tecnocrática. Yo creo que la economía compete a todos los ciudadanos. Y en términos de los medios, se ha privilegiado el espectáculo. Si hay que hablar sobre el aborto, no ponen a intelectuales que discuten el tema del aborto, sino que ponen a tres personas, en un talk show y entonces se habla desde los prejuicios. Esa es la mediática: los discursos por un lado se han democratizado, pero por otro lado se han vuelto superficiales. No hay análisis, sino sólo el espectáculo. No se reflexiona, por ejemplo, sobre la violencia familiar, sino que se pone un testimonio que dice “sí, mi papá me pegaba…” nos repiten cosas que ya sabemos, sin explicaciones. La realidad se convierte en simple testimonio.
Pero esta explicación parece colocar a la intelectualidad como víctima del proceso mediático, cuando se podría decir que la intelectualidad, complacientemente, se ha quedado relegada.
Yo estoy de acuerdo. La intelectualidad no ha luchado, se ha dejado desplazar. Muchos que eran intelectuales en los años 60 y 70, por ejemplo, han preferido volver a ser artistas, han renunciado al debate intelectual. Y a mí me parece que esa es una irresponsabilidad de esos intelectuales. Si ellos tienen la posibilidad de decir su palabra y de ser críticos en la sociedad, tiene que hacerlo. Renunciar a eso es como decir “yo tengo las posibilidades, yo puedo hacerlo, yo sé como hacerlo, pero no me da la gana”.
Por otra parte, esta atomización parecería afectarnos a todos.
Lo que sucede es que con el derrumbe de las utopías, la gente dejó de creer que hay una utopía en su conjunto para dar respuestas para todo. Lo que hay ahora son pequeños proyectos utópicos: los ecologistas, las feministas, los espiritualistas… Y claro, el ser ecologista no va a cambiar la sociedad. Entonces, tal vez habría que entender un proyecto utópico distinto que rompa constantes. Yo puedo estar en contra del bloqueo norteamericano a Cuba —de hecho lo estoy— pero eso no me impide ver que la falta de libertad de expresión en Cuba es un problema de esa sociedad. Es decir, lo uno no deber servir para justificar lo otro. Hace 20 años, esto era así; ahora no tiene por qué seguir siendo igual.
Y el escritor como tal, ¿puede cambiar lo sociedad?
El oficio de escritor tiene que reconocerse como el oficio de zapatero. Somos sencillos constructores de calzado… pero los que caminan son otros; nosotros construimos ficciones, planteamos preguntas al interior del ser humano, pero quien cambia la historia no es uno, sino la acción de la gente en términos sociales y políticos.