El jueves 12 de julio tuvo lugar en el auditorio de la Escuela de Diseño y Comunicación, de la ESPOL, en Guayaquil, el conversatorio de Raúl Vallejo, entrevistado por la magister Sonia Navarro, titulado: «Cine y Literatura: ¿Encuentros cercanos?». El escritor Marcelo Báez Meza, director de la escuela, hizo la presentación del acto que contó con la presencia de decenas de estudiantes de la carrera.
En la introducción al conversatorio, Raúl Vallejo comenzó citando a Pier Paolo Passolini, quien dijo sobre Cien años de soledad: «Se trata de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche de tradicional manierismo barroco latinoamericano, casi para el uso de una gran empresa cinematográfica norteamericana (si es que todavía existen). Los personajes son todos mecanismos inventados –a veces con espléndida maestría– por un guionista: tienen todos los ‹tics› demagógicos destinados al éxito espectacular».
Enseguida, agregó que, por su parte, Gabriel García Márquez, ha dicho por qué no quiere que su novela sea llevada al cine: «La razón por la cual no quiero que Cien años de soledad se haga en cine es porque la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen de creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es. […] Ahora, en cine eso no se puede. Porque en cine la cara es la cara que tú estás viendo, la imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la mínima posibilidad de creación porque te está diciendo todo como es, con una plasticidad, una perentoriedad que no te escapas».
Vallejo explicó que, en el artículo de 1982, «Una tontería de Anthony Quinn», García Márquez cuenta las peripecias con algunos productores, incluido Quinn, que le habían propuesto filmar Cien años de soledad: todos hablan de uno o dos millones de dólares por los derechos; cuenta que el productor de El exorcista le dijo que el novelista William Peter Blatty, autor de la novela, cobró una suma modesta por los derechos de su novela, pero pidió participar de la recaudación de taquilla: al final cobró 17 millones de dólares. Al final, concluye que su reticencia no tiene que ver con la extravagancia de los productores, sino que «se debe a mi deseo de que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla. Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía».
Al concluir la introducción, Vallejo dijo que el artículo termina con una frase para un debate: «Por lo demás, he visto muchas películas buenas hechas sobre novelas muy malas, pero nunca he visto una buena película hecha sobre una buena novela». Yo sí he visto buenas películas hecha sobre extraordinarias novelas: Muerte en Venecia (1971), dirigida por Lucino Visconti, basada en la novela de Tomas Mann; Los restos del día (1993), dirigida por James Ivory, protagonista por Anthony Hopkins, Emma Thompson, basada en la novela de Katzuo Ishiguro, el Premio Nobel de 2017; El lugar sin límites (1977), dirigida por Arturo Ripstein, basada en la novela de José Donoso; o, en nuestro patio, Entre Marx y una mujer desnuda (1996), dirigida por Camilo Luzuriaga, basada en la novela de Jorgenrique Adoum.
A continuación hubo una serie de preguntas por parte de la magister Sonia Navarro sobre el hecho literario y el hecho cinematográfico que Vallejo desarrolló ampliamente. Al finalizar el conversatorio, concluyó: La lectura con criterio tanto de una obra literaria como de una película implica una actitud crítica ante los productos estéticos. Y, en ambos casos, hay que desarrollar una experiencia lectora y de espectador. Pero la formación del hábito, del gusto, y del criterio implica, por lo menos, un nivel básico de conocimiento acerca del objeto, del lenguaje y el método tanto de la literatura como del cine, así como de lo que son las diferentes propuestas estéticas que ambas artes desarrollan.
Cada producto artístico debe ser leído en su propia propuesta y en su contexto. A una novela policial no hay que juzgarla con los registros de una novela histórica, por ejemplo; a una película de terror no hay que apreciarla con las expectativas que ponemos frente a un drama amoroso. Estar conscientes del sentido de cada propuesta estética nos permite disfrutar de las novelas y las películas en sus variadas expresiones. Y estar consciente que la literatura y el cine tienen sus propios caminos expresivos nos permite disfrutan tanto la novela como la película en tanto productos artísticos diferenciados.