“La historia política y social de Ecuador y la de José María Velasco Ibarra, un ‘jubilado a fuerza de destierros’, son re-escritas aprovechando tantas perspectivas como autores se han referido al respecto, al hacer que formen parte de la escena como personajes o intercalando fragmentos de sus textos, cuyo resultado sumado a la fantasía, converge en la novela collage”, señaló la crítica y poeta colombiana Luz Mary Giraldo, durante el conversatorio que, con motivo de la presentación de El perpetuo exiliado, la nueva novela de Raúl Vallejo, tuvo lugar en la FILBO 2016, el sábado 23 de abril.
El lanzamiento de El perpetuo exiliado, texto con el que Vallejo ganó el premio internacional de novela “Hector Rojas Herazo” 2015, se inició con un minuto de silencio en nombre de las víctimas del terremoto en Ecuador, del 16 de abril. Inmediatamente, Vallejo agradeció las acciones de solidaridad del pueblo colombiano, y de su gobierno, expresada desde el primer momento del desastre natural e invitó al centenar de personas que integraban el auditorio a continuar apoyando tales acciones.
Luz Mary Giraldo, dijo también que en El perpetuo exiliado, “historia y personaje van y vienen por los siete capítulos, mientras en seis interludios, como en la música, se producen descansos a tanta peripecia en ‘ese país plagado de conspiradores’ y episodios trágicos, logrando que el lector tome aliento para lo que sigue. Y es la pausa desde ese tono personal donde se cuenta de dónde viene la novela, qué significa recibir un legado, en este caso el de un abuelo a su nieto —ahí lo autobiográfico—, cómo es que una vida y una historia reclaman nuevas escrituras, cómo se documenta el autor y qué debe hacer con las ensayos, otras ficciones, conversaciones, testimonios, canciones y poemas, en fin, documentos reales que alimentan una vez más la fantasía creativa para atreverse a reescribir sobre lo conocido y dar una nueva versión del personaje”.
En diálogo con el autor, salieron los temas de la compleja relación entre la historia y la literatura, sobre el proceso de investigación que se desarrolla para la escritura de una novela de esta naturaleza, sobre la invención de documentos a partir de la narración de la historia, de la inclusión de un texto en la tradición literaria que lo precede, de la inclusión del autor en la ficción, de la reflexión sobre la escritura de la novela desde la novela misma, etc.
Vallejo señaló que, en la literatura ecuatoriana, la figura de Velasco Ibarra ha sido tratada, por lo general, en términos esperpénticos —para catalogarlo de alguna manera—, pues los escritores del Ecuador que escribieron sobre él lo hicieron, casi siempre, desde una militancia política anti-velasquista. Por el contrario, con El perpetuo exiliado estamos ante una novela que, estéticamente, demuestra el afecto del creador por su personaje para que, en términos literarios, resulte lleno de humanidad ante los ojos de los lectores; que, políticamente, le da voz a todos los contradictores del tiempo en que Velasco fue una espíritu que cubría la vida de los ecuatorianos; y que, éticamente, cuestiona las formas de dominación oligárquica en el Ecuador del siglo veinte.
Velasco Ibarra estuvo exiliado por primera vez en el municipio colombiano de Sevilla, Valle del Cauca, entre 1935 y 1936, y durante ese año se desempeñó como rector del colegio de varones de Sevilla, hoy colegio General Santander. También vivió exiliado en Buenos Aires y Santiago de Chile. El perpetuo exiliado se desarrolla en esas ciudades pero sobre todo, transcurre en Buenos Aires, donde Velasco Ibarra vivió en un pequeño departamento que alquilaba en la calle Bulnes 2009: es en esa ciudad en donde él es testigo del golpe y el ascenso represivo de la dictadura de Videla y también se encuentra con Jorge Luis Borges, en la confitería Richmond.
Es en Buenos Aires donde muere Corina Parral el 8 de febrero de 1979, y es de allí de donde Velasco parte de regreso, llevando los restos de su esposa. Él llegará al Ecuador, según sus palabras, únicamente “a meditar y a morir”. Velasco Ibarra murió, mes y medio después, el 30 de marzo de 1979.
La novela, que se abre con la muerte de Corina, se cierra con la de Velasco. La de ella, narrada de forma sutil, poética, evanescente como fuera su figura; la de él, rodeada del espectáculo doloroso de su muerte, en esa procesión que “parecía un animal herido que se arrastraba por los laberintos de esas calles coloniales de casas viejas y esquinas hediondas por la basura y la pegajosa humedad de la orina y los excrementos, calles abandonadas por la desidia municipal, un animal que gemía durante las letanías tristes hasta que llegó al cementerio de San Diego y se transformó en un conglomerado de dolientes que, agitando sus pañuelos blancos, despedía a aquel que, a partir de ese momento, se convertiría en el padre inolvidable de la chusma gloriosa”.