Siento que mi condición es la soledad

Entrevistado por María Rosa Jurado
Revista Cosas, # 67, 15 de octubre de 1999

La conjunción de la vocación y el trabajo lo atrapa todos los días. Eso es lo que se une y reúne en su opción de escritor. “Me nutro de vida y la devuelvo al mundo transformada en palabras”. Con su óptica esencial publicó recientemente en su novela Acoso textual a un personaje enmascarado que pierde la conciencia de su identidad.

Raúl Vallejo tenía 17 años cuando publicó su primer libro, junto con Fernando Balseca, su compañero de aulas en el colegio Cristóbal Colón, de Guayaquil. El libro de Raúl se llamaba Cuento a cuento cuento. El de Fernando, Color de hormiga. Ambos los habían escrito a máquina entre sus ratos libres, los habían mimeografiado, cosido, encuadernado, y luego salieron a venderlos entre sus compañeros de curso y los alumnos de otros colegios. El tiraje debe haber sido muy limitado, pero pocos días después un hecho fortuito los lanzó a la celebridad (por lo menos para dos adolescentes). El importante director del diario El Telégrafo, Eduardo Arosemena Gómez, que firmaba bajo el seudónimo de Edargo, escribió un editorial criticando los libros, y diciendo que eran “pornográficos”.

Extrañamente, los libros de los dos chicos generaron una intensa polémica cultural en la ciudad. Editorialistas de otros periódicos, como José Guerra Castillo o Nila Velásquez opinaron favorablemente en sus columnas. Y el propio rector del Cristóbal, el severo padre Eduardo Sandoval, salió en su defensa llamando “pacatos” a quienes los criticaban. Nada mal para dos chicos que ni siquiera habían terminado la secundaria.

Veinte años después, este enfant terrible de la literatura ecuatoriana, estaba en Quito lanzando su último libro, la novela Acoso textual (publicada por Seix Barral), ante un auditorio en que se encontraban desde el ex presidente Rodrigo Borja (de quien Vallejo fue su ministro de Educación entre 1991 y 1992), hasta la actriz Rossana Iturralde (quien protagonizó en el cine uno de sus cuentos más provocadores, Te escribiré de París, publicado en 1992), sin olvidar a intelectuales o funcionarios de la talla de Simón Espinosa o Pablo Better.

Actualmente, Vallejo divide su tiempo entre la cátedra de Literatura en la universidad Andina Simón Bolívar y el rectorado del Liceo Internacional. Es, además, editorialista de diario El Comercio y continúa vitalmente interesado en la creación literaria. El tema de la soledad, una de las constantes en su narrativa, se refleja, claramente en Acoso textual, la historia de <banano@wam.umd.edu>, estudiante de Collage Park, M.D., EE.UU., que vive por y para comunicarse a través de Internet con otros cybermaniáticos, y que para hacerlo se inventa una serie de personajes, se pone una serie de máscaras, que terminan por hacerle perder la conciencia de su propia identidad.

De este y otros temas Cosas conversó con Raúl Vallejo en su casa – quinta de Nayón, en donde vive con Alina Vera, su esposa, y Sebastián, su hijo de 11 años. Para Alina, “Raúl es un ser íntegro, al que le brota la justicia por los poros. Es muy sencillo, la fama la ha guardado en un cajón y allí está durmiendo. No me siento su musa. Lo máximo que puedo hacer por él, es dejarlo escribir, ese es todo mi mérito, si tengo alguno”.

Raúl estuvo casado anteriormente, con Livina Santos, y de ese matrimonio nació una hija, Daniela de 19 años, que actualmente vive con su madre en Bogotá, con la que mantiene excelente relación, aunque ahora por la distancia esta es literalmente virtual.

Usted fue escritor precoz.

Yo empecé a leer muy temprano, pero no novelas de niños. Una de las primeras novelas que leí fue Adiós a las armas, de Hemingway. Yo estaba enfermo en cama y una prima me regaló esa novela. Y después mi hermano Tito, que es 14 años mayor que yo, me regaló la colección Ariel de clásicos de la literatura ecuatoriana. Me iba regalando un libro cada semana, y yo me creía con la obligación de leérmelo. Fue una obligación que yo me auto impuse.

Decía Vargas Llosa que cualquiera puede tener éxito escribiendo algo, pero para poder ser un novelista, hay que tener un don especial, que se tiene o no.

Creo que hay una conjunción entre lo que es vocación y lo que es trabajo. Uno puede tener la vocación por la literatura, pero tiene que trabajarla. Creo que para la literatura, para escribir, uno tiene que estar siempre como abierto, con los sentidos abiertos al mundo, tratando de captarlo todo, como una esponja, llenándose de mundo, pero no solamente eso, sino transformándolo en palabras. Y ese es el trabajo del artista.

¿Y después qué vino?

Publiqué un libro que se llamaba Daguerrotipo, que salió en una colección que hizo la Casa de la Cultura. Eso fue un espaldarazo para mí gracias a la generosidad de Rafael Díaz Icaza, que era en esos días el presidente. Porque no es fácil que a un autor que tiene 19 años, lo pongan en una colección de literatura ecuatoriana. Este fue mi primer libro impreso en una editorial. En ese momento se definió mucho mi vocación. Como cuestión anecdótica, este cuento que está en Daguerrotipo que se llama “Por culpa de la literatura”, ganó un concurso literario, y mira el seudónimo que yo usaba. (De ese mismo cuaderno de recortes, Raúl me muestra el recorte de periódico del cuento y me sorprendo al leer el seudónimo: dice SEIX BARRAL en mayúscula. Me río.) Yo soñaba con publicar con la editorial Seix Barral y mira que a la vuelta de veinte años lo conseguí.

Eso es como el proverbio que dice “Ten cuidado con lo que deseas porque es probable que lo consigas”. Ahora es él el que se ríe.

Sí, en este caso pasó así. Después escribí otro libro que se llamó Máscaras para un concierto, que fue un libro maduro, y que respondió al trabajo que estaba haciendo en ese momento en el taller de Miguel Donoso Pareja, y ahí ya constan profundizadas muchas de las preocupaciones que tengo hasta ahora en la literatura.

¿Cómo cuáles?

Algo que me marca mucho es la necesidad de diseccionar la condición humana, partiendo de lo que son los temas básicos, como el de la soledad. Creo que el ser humano es profundamente solo… aunque esté acompañado.

Ésa es la tesis de Ernesto Sábato, que por cierto, es Cáncer como usted. Pero esa es una soledad que yo no entiendo. Usted es un hombre con multitud de buenos amigos, con una esposa y un hijo que lo aman… ¿Por qué es solo?

La soledad a la que me refiero no es cotidiana, sino existencial. Es como que siempre siento que mi condición es la soledad. —Muestra con la mano la preciosa biblioteca rústica que nos rodea— y dice: Mis libros son mi única compañía, este es el único lugar donde yo me siento… talvez sea como el cangrejo en la playa que busca su rincón en el hueco donde se mete.

Sábato dice que todos estamos en un túnel cerrado, que tiene por tramos un espacio con vidrio desde el que vemos el túnel de otra persona, eso te hace albergar la ilusión de que algún día podrás juntarte con ella, pero que en realidad estás solo en tu propio túnel.

Creo que esa es una buena descripción. Uno camina solo y tiene encuentros con la gente, que pueden ser muy intensos, pero siempre efímeros, momentáneos, y la condición para ser feliz en ese estado es saber que no van a durar. Con la pareja siento que es como dos soledades compartidas, talvez sea un poco triste lo que estoy diciendo…, —se sonríe, como disculpándose.

Lo llevo de nuevo al tema de sus libros, quiero saber cuál fue el siguiente paso.

Después de Máscaras para un Concierto (1986), vino Sólo de Palabras (1998), y luego Fiesta de Solitarios (1992), que tuvo mucho éxito: ganó el premio 70 años de diario El Universo y el Premio Joaquín Gallegos Lara al mejor libro editado en 1992.

Ese es el que tiene el cuento del viejo que seduce a un jovencito que me impresionó tanto.

Justamente, Mempo Giardinelli me acaba de mandar un e-mail diciéndome: “Raúl, a fin acabo de leer tu Fiesta de Solitarios, y me fascinó el cuento del viejo y del niño, lo voy a escoger para una antología que estoy escribiendo”. Ese es un viejo solo que camina entre la normalidad y la perversidad, pero además como que anda buscando la belleza, y en eso se enreda. Como que los seres humanos nos enredamos en nuestras búsquedas… Lo más cómodo para el ser humano es no buscar nada, entonces uno está tranquilo. Yo respeto esa opción, sólo que yo no puedo. No estoy tranquilo existencialmente si no corro riesgos, si no estoy buscando. Para mí es importante cierta paz interior, pero debe ser cuando toca la luna que esa paz interior me puede matar. Son ciclos vitales.

Dos de sus cuentos se hicieron películas.

Sí, “Dos whiskys secos y una mentira” se convirtió en la miniserie La chica de Manta, y Te escribiré de París, se convirtió en un cortometraje llamado Extraños Amantes. Las versiones finales son muy distintas a los cuentos pero pienso que está bien, porque la persona que interpreta un texto literario tiene libertad para tener su propia versión del mismo.

¿Qué fue lo más importante de su tarea como Ministro de Educación?

Bueno, antes me tocó dirigir la Campaña Nacional de Alfabetización, después fue que estuve en el Ministerio. Me parece que otras cosas importantes fueron, primero, haber conseguido la firma del Primer Acuerdo Nacional Educación siglo XXI, que fue como sentar las bases para mediano y largo plazo, que ahora están dando efecto como la reforma educativa, el Programa de Mejoramiento de la Calidad de la Educación; y segundo, haber conseguido el financiamiento con el Banco Mundial de los dos Programas de Mejoramiento de la Calidad de la Educación, que ahora están desarrollándose. A mí me tocó firmarlos en Washington.

¿Usted está afiliado a la Izquierda Democrática?

Sí. Dedico a la política parte de mi actividad intelectual. No soy el militante modelo que trabaja en las bases, porque me es imposible partirme en cientos de pedazos, sobre todo, porque he optado por la militancia en la literatura. Creo profundamente en el compromiso ético de los intelectuales, considero que hoy en día, escritores y escritoras, deberíamos asumir las tareas que le corresponden a la ciudadanía democrática; esto es, pensar críticamente los procesos sociales y políticos y contribuir con modestia y solidaridad a la apertura de espacios para que los sectores marginales puedan decir su propia palabra cuando carezcan de canales de expresión institucional. Esa es, por lo menos la idea que he tenido cuando he escrito libros que no tienen nada que ver con mis trabajos de ficción.

¿Todo arte es autobiográfico?

Soy mentirosamente autobiográfico en todo lo que escribo. Pongo mucho de mí, pero obviamente muy elaborado, difuminado, transformado, y podría decir que estoy inventando algo o alguien. Me nutro de vida y la devuelvo al mundo transformada en palabras.

¿Por qué muchos de sus personajes son marginales, como prostitutas y travestis?

Creo que es por un principio de solidaridad. Es como tratar de recuperar una voz que no existe como voz. Es como tratar de luchar contra los estereotipos, tratar de cuestionar la intolerancia.

¿Por qué es andrógino el personaje de Acoso textual?

Creo que el lenguaje literario no tiene sexo, es un lenguaje andrógino. Es lo que plantea Virginia Woolf: la idea de que cuando uno escribe literatura no la escribe desde su genitalidad, sino en un lenguaje que no tiene sexo. Este es un planteamiento contrario al de Marcela Serrano o Isabel Allende, al de las feministas, que piensan que debe haber un lenguaje militante. El lenguaje de la literatura es un lenguaje andrógino en el sentido jungiano. Acoso textual es la novela de un ser andrógino. Si el ser era el que inventaba sus personajes a través de sus máscaras, ese ser podía ser hombre o mujer. He procurado que en la novela nunca quede claro si es hombre o mujer.

Yo decidí que era hombre.

Cada lector decide lo que quiere, cada quien va guiando los signos hasta donde quiere. Justamente esa es la idea.

¿Si tuviera que definir cuál es la cosa más importante que ha aprendido en la vida cual sería?

Tener paciencia, ser perseverante y que con las personas con las que me une el afecto, no me pueden separar cosas adjetivas. Antes yo exigía una coincidencia de pensamientos con las personas, ahora he aprendido a respetarlas.

Si pudiera redactar su propio epitafio… ¿qué escribiría?

¡Hice todo lo posible por no estar en este lugar…!

¿Pero no pude evitarlo? ¿De verdad diría eso?

Sí.