Acercar al lector amablemente al precipicio

Entrevistado por Diego Araujo Sánchez
Diario Hoy, domingo 15 de noviembre de 1992

Raúl Vallejo nació en Manta en 1959 y cursó en Guayaquil sus estudios, desde la escuela hasta la universidad, excepto por un corto tramo que siguió en el Departamento de Letras de la Católica de Quito. Cuando todavía era colegial, publicó su primer libro, Cuento a cuento, cuento, con el que provocó un pequeño escándalo. Después vinieron otros, también cuentos: Daguerrotipo, Máscaras para un concierto y Solo de palabras. Vallejo ha trabajado también como periodista…

Ha publicado, además, una antología del nuevo cuento ecuatoriano Una gota de inspiración, toneladas de transpiración, y una selección personal de sus propios relatos, Manía de contar. El escritor se convirtió en funcionario público durante el gobierno de Rodrigo Borja: primero como director de la controvertida Campaña de Alfabetización y después como ministro de Educación. Fiesta de solitarios, su último libro, fue la obra ganadora en el concurso promovido por el diario El Universo, y fue editada por El Conejo antes de que el autor terminara su tarea ministerial. Ahora Vallejo reside en Quito y se desempeña como director y rector de un colegio y como director de un programa universitario andino.

¿Por qué en los cuentos de Fiesta de solitarios la preferencia por lo marginal? ¿Por qué la insistencia en caso como el homosexualismo, de lesbianismo?

De los once cuentos del libro, cuatro son dedicados a aquellos temas. Los otros textos ven distintas formas de soledad.

Pero son los relatos más extensos, quizás los que quedan más en la memoria…

Aquellos relatos nacieron de una experiencia periodística. Cuando trabaja en Vistazo, me tocó escribir una seria de reportajes sobre esos temas. Durante todo aquel proceso yo acumulé mucho material: algunas horas de entrevistas, fotografías, documentos, recortes, informaciones, etc. Ese material me motivó. Frente a él me dije: aquí hay un drama humano, que en la sociedad ha sido maltratado.

La sociedad tiene determinados tabúes, pero sobre todo tiene cierto rechazo a ese tipo de marginalidad, porque en alguna medida es una sociedad muy confiada de sí mismas, patriarcal, machista. Le molesta que esas realidades existan.

¿Cuál es la diferencia entre tu experiencia como creador literario y tu experiencia como periodista?

En una y otra actividad tuve que tratar con el mismo material, pero a través de dos formas estéticas distintas. La experiencia de tener ese material para el periodismo tiene el límite de la exigencia de objetividad: uno tiene que informar, referirse a los hechos, escribir un reportaje. En cambio en la literatura, los datos, las conversaciones, etc., no son transcripciones textuales. Hay que contar algo, contar una historia. A mí me aburren los cuentos y las novelas que no cuentan historias. Las historias que yo narro en mis cuentos son inventadas. El material me sirvió para tener contexto, el ambiente.

¿Por qué elegiste precisamente el cuento y no otra forma literaria?

Es una opción un tanto subjetiva. Me siento mejor en el cuento.

¿Qué otra deuda tienes en el proceso creativo de Fiesta de solitarios?

¿Deudas? Infinitas.

¿Entre autores y libros?

Me gustan Henrich Böll, Truman Capote, J.D. Salinger, Cortázar, los latinoamericanos… Mis deudas tienen que ver con Milan Kundera… Aunque todo escritor va descubriendo sus propias formas expresivas. Kundera enseña que se puede escribir más libremente. Capote y Salinger enseñar a escribir con mucha libertad. A mí me deslumbró La conjura de los necios. Es una de las novelas más hermosas que yo he leído en los últimos años: la leí de un tirón, en dos días, sin abandonar el libro.

¿Qué significa escribir más libremente?

En los años 60 y 70 había que escribir sobre ciertas cosas en y determinada forma: una literatura comprometida con ciertas causas políticas, religiosas… Ahora se puede tomar temas de la infancia, del amor, la marginalidad, de la vida cotidiana, esos temas que están juntos a nosotros pero que no se ven. La gente tiene clichés sobre la infancia, sobre el amor, sobre la homosexualidad… a veces es bueno enfrentar a la gente con sus propios clichés… a veces resulta triste.

Los escritores en nuestro medio parece que no piensan en los lectores. No hay tampoco aquel estímulo de una mercado editorial en el que pese el lector… Tu trabajo periodístico ¿te ha hecho pensar en el público?

Al lector hay que acercarlo amablemente hacia un precipicio cuando uno está escribiendo, cuando él está leyendo el cuento, y al final empujarlo sin compasión para que caiga en el fondo.

Fiesta de solitarios responde en apariencia a una retórica muy sencilla, pero hay mucha complejidad en el mundo de tus relatos.

Sí, el relato debe sólo enseñar una parte… La escritura de los talleres literarios enseña demasiado el andamio. Y no solo de ellos, sino de todos los que comienzan. Pero uno no escribe para los profesores de literatura, para los compañeros de la escuela de letras, para los críticos. Uno escribe para todas las personas que saben leer literatura, para esa gente que se acerca al libro buscando que la literatura cumpla una función lúdica. Al lector medio le lleva esta finalidad.

¿Cuáles son los secretos del oficio, la forma como encaras tu trabajo como escritor?

Soy muy metódico. Fiesta de solitarios lo escribí íntegramente en Quito, ejerciendo funciones públicas. No lo podía haber escrito sin sujetarme a una enorme disciplina. Puntualmente escribía desde 6 y media de la mañana hasta antes de las 9. Y dedicaba al libro la mañana del sábado o del domingo.

¿Partías de un plan previo, riguroso, o te dejabas llevar por los personajes y acontecimientos?

Partía de un proyecto inicial. Uno no sabe cómo va a terminar el cuento. Salvo dos cuentos, que estuvieron antes estructurados de principio a fin —“Destellos en el mar” y “Cielo en suelo”— los otros no estaban enteramente planificados. Pero en todo caso subordino el cuento a un proceso continuo de corrección.

¿Por qué escribes?

Por una necesidad inmensa de comunicación, de decirle algo a la gente. La literatura pretende actuar en los lectores a largo plazo, cuestionando ideas, mitos, clichés, con una función crítica.

Tú, como alto funcionario público, estuviste cerca del poder…

Sí, sí, no faltaron amigos que me preguntaban qué se siente ser un escritor desde el poder…

¿Y qué se siente?

El poder realmente está en el presidente, en el ministro de Gobierno, de Finanzas, de Defensa e inclusive en el subsecretario del Tesoro… Pero el poder no sólo es el gobierno. El poder reside en la Iglesia, las Fuerzas Armadas, las cámaras de la producción, los medios de comunicación, en las fuerzas sociales…

Estar en una parte del poder ¿modifica perspectivas?

Sí. Por ejemplo modifica la perspectiva del outsider. Yo creo que jamás volveré a ser un outsider… sería poco sincero asumir esa actitud. Uno queda marcado por esa actitud. Puede después convertirse en un outsider, pero siempre cuando renuncie a toda forma relación con el poder. Yo siempre insisto: un outsider solo tiene sentido siempre y cuando se constituya él mismo en un poder. Me explico: Si Andy Warhol hubiera seguido un outsider y un underground, sus dibujos, sus telas, sus pinturas estarían en los pasillos de alguna universidad o tal vez adornando las paredes de un metro, pero no en el Museo Metropolitano de Nueva York. No estarían ahí. El era un outsider desde el poder, desde el poder que concede la posición de outsider. Un ejemplo de Vanidades, digo yo: Mikey Rourke, un actor muy famoso de Hollywood, actor de Nueve semanas y media, de La ley de la calle (Rumble Fish) hace declaraciones y dice: “Hollywood está podrido, está prostituido.” Él puede decir aquello y hay 20 productores que se pelean para que actúe en la próxima película, pero el extra número 54 de cualquier otra producción no puede decir nada porque jamás volvería a ser un extra de nada. Se puede ser un outsider, pero siempre se requiere un espacio de poder para serlo; y para tener representatividad.